Sin duda, en el panorama vitivinícola existen debates y asuntos, a menudo, recurrentes. Uno de ellos, quizás de los más antiguos muy especialmente por tierras gallegas, tiene que ver con el lugar histórico de nacimiento de la variedad Albariño. Una uva absolutamente dominadora en los viñedos de Rías Baixas donde también está permitido el cultivo de otras trece variedades blancas como la Loureiro, el Caíño Blanco o la Treixadura, uvas autóctonas que utilizamos en el coupage de nuestro Pazo de Seoane Rosal.
Lo cierto es que durante siglos han sido muchas las teorías -e incluso leyendas- que se han esgrimido y que han tratado de socavar la partida de nacimiento de esta uva tan aclamada. Las más sonadas, las de los monjes de Cluny y su viaje hasta Galicia a través del Camino de Santiago o, también, aquellas que geolocalizan el origen en el Rhin germano o se lo atribuyen a griegos o fenicios.
Menos mal que siempre nos quedará la ciencia para certificar verdades y acallar o, al menos, aminorar voces. Y la ciencia ha hablado. Lo he hecho concretamente la Misión Biológica de Galicia, un centro perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) que, sin duda, es mucho decir. Pues bien, la conclusión de uno de sus estudios más sonados es, efectivamente, concluyente: en la época romana ya se cultivaba esta variedad de uva en Galicia.
Una ansiada afirmación que nace de la identificación en un yacimiento vigués, concretamente en O Areal, de unas primigenias semillas, morfológicamente similares a las de la variedad estrella de Rías Baixas, datadas entre los siglos II y IV d.C. y que han demostrado que la Albariño ya estaba presente en la Galicia romana y que, posiblemente, fue el resultado de la hibridación con vides silvestres nativas de la zona, en una búsqueda temprana de una mejor aclimatación y de una mayor productividad. Por cierto que de vestigios y yacimientos, también sabemos mucho en nuestra bodega Lagar de Cervera…
Cuando en el año 2016 iniciamos la preparación del terreno para la plantación, dos años después, con Albariño de la Finca Silvosa (15 hectáreas) en nuestro viñedo de O Rosal, tuvimos que realizar un minucioso estudio arqueológico debido a los indicios existentes y documentados de restos romanos de búsqueda de oro en esta zona. Estos trabajos permitieron, además de certificar la actividad romana de extracción de oro, localizar dos fosas con fragmentos cerámicos y líticos adscribibles al periodo neolítico, hacia el 4.000 a.C. Pero, además, otra gran sorpresa inesperada se produjo cuando en uno de los sondeos aparecieron vestigios de un posible viñedo medieval que ha quedado protegido y sin alterar. Quedaba así claro que alguien, antes que nosotros, había detectado la idoneidad del lugar para el cultivo de la vid. ¿De Albariño? Muy posiblemente…