Hacía tiempo que no dedicábamos una de nuestras entradas a hablar de la cata y, más concretamente, de uno de los sentidos más trascentales cuando nos disponemos experimentar, analizar y apreciar los caracteres organolépticos de un vino. Hablamos -seguro que lo habías adivinado- de la vista, de los estímulos visuales que recibimos cuando nos prestamos a degustar una copa. De lo que nuestros ojos perciban obtendremos una información muy útil sobre sus características, condicionando sin duda nuestra percepción sobre lo que vamos a beber.
Un ejemplo práctico es esta cata de nuestro enólogo Julio sobre el crianza Finca San Martín 2009
Julio habla de un "color rojo cereza intenso, de buena capa, limpio, brillante" que nos habla de un vino relativamente joven, fresco, con cuerpo, estructurado y con un cierto nivel de grado alcohólico. Y es que la intensidad colorante de un vino tinto hace que prejuzguemos su cuerpo y su fuerza mientras que la tonalidad de color nos indica su edad. Por la vista determinamos también la limpidez, su intensidad y matiz.
La vista es un sentido rápido, dinámico, que aporta sentimiento de "realidad", de cierta seguridad y que se antoja opuesto a las siguientes impresiones que sentiremos si avanzamos en la cata: el olor y el gusto, que resultan fugaces, evolutivas, fluctuantes e inciertas.
Queda dicho. el ojo condiciona al catador. Prepara y nos va a ayudar mucho al juicio de los otros sentidos, evaluando el cuerpo, la edad y el estado de un vino. En próximos capítulos nos detendremos largo y tendido en abordar esas cualidades que captarán nuestros conos y bastones. Léase: fluidez, limpidez, color y efervescencia.
Y dicho todo esto.. ¿Te imaginas acudir a un restaurante y comer un menú y beber un vino totalmente a oscuras?
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